Hace de todo y lo hace bien: es ilustradora y narradora de libros para chicos y, además, canta. Este año recibió en Suecia el equivalente a un Nobel de literatura infantil y fue nombrada Personalidad Destacada de Buenos Aires. En Sophia la entrevistamos en 2009, pero decidimos volver a buscarla para ver qué hay de nuevo en su fantástico mundo. Por María Eugenia Sidoti. Fotos: Nicole Arcuschin.
Hay un cuento que no le gusta a Isol: el de la nena a la que le cortan los pies por querer bailar con sus zapatos rojos. La historia, escrita por Hans Christian Andersen, le parece horrible y no es solo porque al final le amputen a la protagonista sus zapatitos de un hachazo, dejando un charco de sangre alrededor. Lo que la espanta, en realidad, es que el mensaje sea cortarle, más bien, la libertad. “Tuve que deshacerme del libro, no lo soportaba... ¡Qué final de porquería! Lo único que podría salvarlo, pienso hoy, es que lo tomáramos a chiste. Yo, en cambio, lo único que podría decirles a los chicos es que se prueben todos los zapatos que quieran, del color que más les guste”.
Así es Marisol Misenta, alias “Isol”, la primera ganadora argentina del premio Astrid Lindgren 2013, un galardón fundamental de la literatura infantil mundial que otorga el gobierno de Suecia, con el que se premia –en memoria de la célebre creadora de Pipi Calzaslargas– que se les hable a los chicos de igual a igual. De hecho, al momento de premiarla, el jurado expuso: “La autora se basa en la mirada no contaminada sobre el mundo que posee el niño, afrontando sus preguntas con plasmaciones drásticas y respuestas abiertas”.
Ahora acaba de volver de la Feria del Libro de Gotemburgo, en donde el género infantil ocupa un lugar destacado. ¿O acaso lo que leemos de chicos no nos hace grandes, a la vez? Entonces, dice que ella misma se siente parte de un cuento extraordinario (¡por las calles había carteles con su cara!). Además, está dando sus primeros pasos como mamá de Antón, el hijo de un año y ocho meses que tuvo con el actor y director de teatro Rafael Spregelburd, al que decidieron bautizar de ese modo porque adoran a Chéjov y buscaban un nombre afín al imponente apellido paterno.
Así que Isol reconoce que, últimamente, su vida es una locura vital: las distinciones, los viajes, el trabajo a destajo y las noches sin pegar un ojo, yendo de su cama a la cuna; y más que nada, a todos sus universos imaginarios. De hecho, se encuentra terminando un nuevo libro, que será acerca de bebés. “Surge del extrañamiento de ver cómo mi hijo va descubriendo el mundo; de esa fascinación, por ejemplo, por mirarse las manos al despertar, como si viera dos pulpos mágicos llenos de tentáculos”.
¿Qué decir? Ella es una de esas contadoras de historias que abre los ojos de los chicos de par en par. Tal vez sea porque –se nota– cree en el valor de las imágenes de la infancia. “En mis libros hablo de lo que es lo bueno, de lo que es lo malo y de lo que es relativo. Pero no doy recetas, solo propongo mirar lo raro que es todo. Yo nunca haría un libro para enseñar ni algo con moraleja”.
–Y es una decisión firme, se ve…
–Sí, porque no tengo la bola de cristal. Me sentiría totalmente irresponsable: ¿cómo le voy a decir a un chico lo que tiene que hacer? A lo sumo, le puedo pedir que no toque el fuego o le puedo contar lo que para mí es el mundo. De otro modo, sería limitar a que sus descubrimientos tengan que ver con lo que pienso yo y no es la idea.
–¿Cómo fue recibir un premio tan importante?
–¡Una locura! Los premios son siempre subjetivos, pero fue interesante para mí porque, además del reconocimiento en sí, este tiene mucha densidad ideológica. Son muy estudiosos de la niñez.
–¿Dónde sentís que reside el valor de tu trabajo?
–En conversar, plantear, mostrar. En proponer algo que me parece gracioso para ver si a lo mejor al chico también le parece lo mismo. De igual modo lo haría con un adulto. En realidad, son soliloquios, pero en personajes de nenes. Mi idea es ir por fuera de las convenciones y retratar lo cotidiano, intentar que cada uno vuelva a mirar y a reírse de una situación que antes le preocupaba o no entendía.
–¿Y por qué los nenes son tus personajes?
–Porque no me olvidé de mi infancia y me resulta raro que haya adultos que no la recuerdan. No soy una médium que se comunica con los niños. ¿Acaso no fuimos todos chicos? Uno se construye en la infancia y esos esquemas nos definen. La cosa no es ser un niño toda la vida, pero sí entender que uno viene de ahí. Me pasa algo: siempre me pongo en el lugar del nene o del bebé, porque puedo tener empatía y maravillarme con su mirada.
–¿Qué imágenes de tu propia infancia te dan sentido?
–Los momentos de disfrutar de las actividades artísticas, que fueron mi manera de compartir la vida con los demás. En mi casa se festejaban esos juegos y sentir que eso estaba valorado me dio el ímpetu de seguir haciéndolo. Me ayudó a comunicarme y a sentir que daba algo a los demás que podía interesarles. Mis papás eran jóvenes y bohemios, muy melómanos, y en la época de la Dictadura casi no salíamos de casa. Jugábamos mucho en familia, con ellos y con mi hermano, Zypce.
–Hoy muchos padres llevan a sus hijos a talleres de arte para alentarlos. ¿Creés que pasa por ahí?
–Cada chico es diferente y yo recién fui a aprender arte durante el secundario. Cuando uno es chico, es natural dibujar, cantar, inventar historias… Si lo seguís haciendo y tenés espacio para compartirlo con otros, no necesitás aprender tanto. Pero si en tu casa nadie se sienta con vos a jugar o no tenés las cosas necesarias, quizá sí haga falta un sitio especial en el que compartir todo eso. Hay que dejar que los chicos investiguen y necesiten cosas diferentes en cada momento, ayudándolos a encontrar lo que se les va dando mejor.
–¿Cómo es el proceso creativo del universo Isol?
–Trabajo mucho y no me enamoro de lo que hago; al final siempre cambio cosas. Tardo, empiezo, no me gusta, pido opinión y vuelvo a empezar. Trato de encontrar algo que no haya hecho antes. Si yo hiciera lo primero que me sale, no sería tan espontáneo ni tan fresco, me repetiría. Tengo vicios y sé qué cosas funcionan. Y si empezara a repetirme, sería una desilusión para todos. Por suerte se busca de mí lo mismo que yo busco: que sea diferente y rompa con algunas convenciones.
Isol en el país de las maravillas
Nocturno, La bella Griselda, Petit el Monstruo, Secretos de familia son algunas de sus creaciones. Una lista larga y llena de cosas maravillosas, como que los protagonistas de sus historias, aunque son chicos, no se achican a la hora de buscar respuestas. Imposible no trazar un paralelismo con Mafalda. “Mis personajes tienen algo de su cuestionar, pero saben menos y son más demandantes. Rescato ese valor de dar un libro inteligente, porque los chicos lo son. Si les digo una pavada que ya vieron cien veces, me van a decir que soy una estúpida. ¡Sería lo peor!”.
Isol publicó su primer libro luego de ganar un concurso en 1996. “Había gente que me decía que tenía que mostrar mi trabajo, pero no es fácil exponerse con lo que uno hace, porque siempre se depositan expectativas. Tener gente alrededor que se entusiasmaba me ayudó”, dice, y explica que eso le dio el empujón necesario para volar.
–Las madres de tus historias solían ser un poco “duritas”. Ahora que sos mamá, ¿qué va a pasar?
– ¡Ay, antes era tan fácil ser oposición todo el tiempo! Ahora, vamos a ver, el nuevo libro es sobre bebés. Todavía no está terminado, pero tiene mucho de esta nueva etapa. Mi mamá me tuvo a los 18 años, y yo, por el contrario, fui madre grande. Nunca me lo dijo, pero recibí el mensaje de que estaba bueno esperar y hacer cosas antes de tener un hijo.
–¿Sentís que es difícil criar hijos hoy?
–Hay más ruido y una realidad: padres ausentes y agotados. Yo misma, por momentos, me vuelvo loca. No soy rígida, pero el miedo a cometer errores me estresa. ¡Hay tantas teorías! Me preocupa ser una buena madre, pero para mí las reglas son las que le vienen mejor a cada uno. Además, te podés equivocar. Lo que hay que ver es cuánto lee ese hijo de los propios miedos y alegrías. Es un regalo redescubrirse desde la mirada de un niño y poder trabajar desde ahí.
–¿Hay muchas ideas esperando que las atiendas?
–Sí, las voy anotando y entonces, cuando termino otra cosa, vuelvo a ellas. Me fijo si alguna puede ser o no. Había una vez una vecina que gritaba todo el día y, entonces, en esa boca abierta y redonda, imaginé un globo que me llevó a un cuento. Trabajo mucho con eso: imágenes, deseos, fantasías de lo que podría ser… Me da risa mi propio mambo y me río de eso, algo que se agradece, porque es liberador. Secretos de familia es el libro mío que más se vende porque todas las madres se mueren de risa y los chicos también al ver que es normal sentir vergüenza de la familia que nos tocó.
–¿A vos también te daban vergüenza tus papás?
–Sí, pero después me di cuenta de que todos sentían un poco eso. Entonces, o te encariñás con la diferencia, o vivís negando. Lo que pasaba era que los míos eran tan diferentes... De grande valoré que fueran los típicos artistas “raros”. Pero en mi contexto de escuela estatal de Flores y de compañeras que jugaban al vóley en Ferro, yo era como una nerd; nunca tenía ropa de marca. Mis viejos, más allá de que no tenían un mango, no creían en eso y entonces, si algún día tenían plata, la gastaban en libros. ¡Me compraban zapatillas de color negro para que no se ensuciaran! Por eso, creo que el mensaje es darle valor a lo que nos diferencia, porque es lo que nos hace únicos.
–¿Qué te pasa a la hora de abordar temas difíciles, como la muerte o la tristeza?
–Los chicos tienen una gran sensibilidad y no todo en el mundo infantil brilla; hay oscuridad. Los cuentos clásicos, si bien tremendos, ayudan a que el nene pueda trabajar sus sentimientos. Una vez me preguntaron si me parecía bien que los libros para niños terminaran mal... ¿Pero qué sería un mal final? La muerte puede ser triste, pero no es mala. Peor es hacer sentir culpa o dar pautas de vida. ¡Eso está mal! No hay que negar las cosas tristes o feas que pasan en el mundo. El chico igual va a encontrarlas y es mejor que lo preparemos para saber de qué se trata y pueda elaborarlo mejor.
–¿Qué te gustaría que pase con tus libros?
–Quisiera poder evocar. Me pasa con los libros que me gustan: me abren una ventana a pensar otras cosas, o ver mis pensamientos de otra manera. Los libros no tienen miedo de decir y nos ofrecen llegar al alma de quien los escribió; por eso son tan emocionantes. La catarsis de un autor es un regalo. Y uno se expone con la excusa de inventar una historia, que en el mejor de los casos da lugar a algo más: mis dibujos hacen que algunos nenes pinten afuera de las líneas. ¡Está buenísimo!
–Tomando tu obra en sentido material, ¿estás en construcción, de reforma o disfrutando del ambiente?
–Disfrutando del ambiente, sin duda. Pero mi trabajo es más como una planta: está vivo y no se termina nunca. Lo voy regando y espero siempre que se me ocurra algo genial para la próxima.
–¿Hay cierto temor en esa espera?
–Sí, pero se termina no bien me pongo a laburar. Lo que me da miedo es no tener tiempo para mejorar lo que hice o bajar el nivel. Pero todo se desbloquea cuando suelto y lo dejo ser.
–También sos cantante… ¿Es parte de lo mismo?
–Claro, me gusta cantar porque exploro mis capacidades artísticas. Soy soprano y busco plasmar mi personalidad en lo que hago, contando historias para conmover. ¡Es puro placer físico!
–En tus libros das instrucciones para usar nenes, patitos… ¿Pero cómo podemos usar a Isol?
–Quisiera que cada uno use mi trabajo como más le guste, siempre y cuando quienes lean mis libros, sean curiosos y un poco desprejuiciados. Eso vale para los chicos y también para los papás